viernes, 30 de enero de 2009

El enamorado y la flor

Ese lugar del campo era reconocido por los enamorados, la primavera había llegado con los aún tímidos rayos del sol y el viento fresco que peina y despeina. Fue el último brote del rosal pero no le importaba; de hecho, era la consentida de su madre y desde que era un capullo se fue instruyendo en todo lo que una flor madura debe saber: su rosal genealógico, el uso medicinal de los escaramujos, cómo combatir el chancro, el oídio, la mancha negra y demás hongos, qué hacer en caso de granizo, de heladas y, sobre todo, aquellas lindas historias de la literatura clásica como la de Apuleyo donde el asno al comerse algunas rosas (parientes ancestrales de ella) pudo transformarse en hombre. Aprendió también que había nacido en un jardín privilegiado, a donde cientos de enamorados de todas partes del mundo iban a cortar flores como ella para regocijar a sus amadas, así fue como se enteró de la brevedad de la vida pero las tiernas palabras de su madre la reconciliaron cuando le dijo “una rosa no muere hasta ver el primer beso de los enamorados”; a partir de de ese momento aquella frase fue su razón de existir. Así que puso hojas a la obra y se esforzó acérrimamente por cuidarse hasta las raíces para preservar su hermosa figura, incluso ahuyentó a las abejas y al picaflor con sus cosquilleos gratos que fácilmente tentaban a todas sus hermanas. Y así estuvo por varios días, bañándose sólo con el rocío, rizando sus pétalos y preparando un perfume digno de Venus o Dionisos, hasta que a lo lejos vislumbró a quien la tomaría entre sus dedos ―su madre había pronunciado también “el enamorado no escoge a la rosa, la rosa lo escoge a él”― así que cuando fue acercándose ella invocó a todas las plantas del Edén para que le dieran el privilegio de ser la elegida; el joven posó su mirada en ella y una sonrisa radiante floreció en su rostro, se puso en cuclillas y escarbó alrededor de la flor para sacarla tiernamente de la tierra, estuvo a punto de olerla pero se detuvo para no robarle el más mínimo aroma, así que la guardó con cuidado dentro de su gabardina y la luz desapareció para la rosa. Tenía todos sus otros sentidos expectantes a lo que hacía el enamorado, oía el golpeteo apresurado de los pasos y el latido de su pecho que iba a la par de ellos, sentía el roce no muy brusco de la tela del abrigo contra su cara, olía su piel algo sudorosa por los nervios. Creyó que transcurrieron siglos hasta que volvió a ver la luz, estaba de nuevo entre las manos ahora temblorosas del amante, una dejó de sostenerla para dar unos toques frágiles mas sonoros a una puerta que se abrió tras unos instantes y dejó ver a una pareja que desapareció tras un azote atronador acompañado de las palabras adoloridas de un “no me quiere” conjunto al desgarramiento de unos pétalos cortados de un solo tajo y culminando con la caída al suelo de lo que antes fue una flor y ahora era sólo un tallo con espinas, el cual, recordando las palabras de su madre, supo que penaría un amor maltrecho hasta convertirse en polvo.


F. J. Ingelberts

sábado, 24 de enero de 2009

En la calle apenas un farol

aquí no hay neones

de la jaula salen las putas

cantando como sirenas.

martes, 20 de enero de 2009

El doble

Tuve un doble y no hubo casting.

Pero se aprendió tan bien mis líneas,

mis movimientos, mis posiciones,

que, en un triste y torpe descuido,

me robó el papel. Me han despedido.

lunes, 19 de enero de 2009

Cuántas cuentas

Cuántas cuentas

F. J. Ingelberts

¿Cuántos cuentos has contado?

Ya no cuentes cuentos, cuentacuentos,

tómame en cuenta,

no hagas de cuenta que no cuento.

Cuenta conmigo,

has cuentas,

cuenta las cuentas,

cuéntame con cuentagotas,

date cuenta que no soy puro cuento.

Leuven, 2009

domingo, 18 de enero de 2009

Poema

Les dejo, además del poema, la canción Bailando con mi padre de Julio Revueltas (nieto del filósofo José Revueltas y sobrino del compositor Silvestre Revueltas), pues fue escuchando su nostalgia y viendo al cielo como nació el poema; si les es posible descargarla traten de leer el poema escuchando la canción. Es del disco El Alma.

Julio Revueltas - Bailando con mi padre

Al cielo entrevista

F. J. Ingelberts

Alza la vista, amor, y mira al cielo.

Pregúntale al sol si es que me ha visto.

Te dirá que sí, que desde mi ventana lo saludé.

Pregúntale, cielo, a las nubes,

que a dónde se dirigen;

que por qué van con tanta prisa,

si es el viento muerto que las mueve,

el soplo creador que las forma y las deshace a su antojo.

Es el mismo cielo con amnesia el que vemos.

Es el mismo sol, amor, al que saludas por la mañana

después de que lo despido por la tarde;

son las nubes peregrinas, las embajadoras nubes,

son la máscara del sol y el velo de la luna;

son las barbas canosas del sol viejo,

las suplentes en turno de la luna nueva.

Pregúntales que por qué cambian tanto de piel,

que por qué esa incesante metamorfosis.

Que a qué tanta correría, pregúntales,

que quién las persigue, que a quién siguen,

no podrán responderte pues nacieron con el agua

y no saben que se están buscando a ellas mismas;

son regaderas de paso, van a zancadas

sembrando olvido, lavando heridas

para luego, como por arte de magia,

esfumarse en el recuerdo de la espuma.

Son las nubes, actrices de película muda.

Es este cielo afligido, mi cielo, quien nos vio brotar de la tierra

y son estas nubes a quienes, estando tristes, imitamos.

Alza la vista, amor, y dile al sol que te de razón de mí,

lo hará con el puntual desperezo de sus rayos al amanecer;

con el preciso bostezo cálido del albor

te recitará, al oído, estos versos.

Leuven, 2009